Mi pueblo sacude
parsimonioso la pereza que el año viejo
al saludarse
con el nuevo año les dejó,
y ahogados
en la modorra soporífera del alcohol
duda entre levantarse
o seguir durmiendo.
El sol
calienta.
El sudor
entre sábanas ofende el olfato,
el pueblo medio
borracho bosteza,
se estira,
se frota los ojos
tratando de
ver la otra realidad,
la de sus
sueños.
Nada ha
cambiado,
sigue la
misma rutina de falta de trabajo
o el trabajo
que no gusta.
Los mismos
políticos maestros del engaño.
Los mismos
pastores acomodando la palabra de Dios
a sus
mezquinos intereses personales.
Los mismos
mandatarios saqueando con cinismo el erario.
El mismo
méndigo de la esquina
pidiendo las
mismas monedas devaluadas.
El mismo
párroco criticando desde el púlpito.
El mismo acueducto
con agua contaminada.
Los mismos
burócratas aferrados al poder,
Y los mismos lacayos defendiendo al que está
en el poder.
El mismo
borracho para el que todo el año es Nochebuena.
El mismo
agiotista que chupa sangre de tu escuálido salario.
Está tu
mujer con los mismos reparos
Y la misma
cantaleta,
están tus
hijos que nada saben de la dura vida.
Tu vecina
que hace tiras de tus defectos.
El tendero
con cara de pocos amigos
que no te
fía porque el año apenas comienza.
Está la
vida, lánguida siguiendo el mismo camino de otros años.
Estás tú,
derrotado con tus sueños del pasado,
Con la
templanza inicial de ahora sí
Cambiaré ese
rumbo equivocado.
¡La misma
vaina, nada ha cambiado,
Levántate y
cambia tú!
Diógenes
Armando Pino Ávila
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