He visto al zapatero,
beodo de la esquina,
mirar sin disimulo,
mis zapatos viejos de poeta,
y cada vez que a su lado paso
me brinda sus servicios
de lustre y de remiendos.
Le sonrío y le doy las gracias,
¿Qué pensará el barbero
de mis crespas y desordenadas canas
y de mi barba hirsuta?
¿Qué pensará el sastre
de mi descolorida camisa y de mi raído jean?
¿Qué pensará el tendero de mi deuda añeja?
¿Qué pensaría mi estómago —Si alguna vez pensara—
de mi dieta lánguida Y de mi anémico menú?
La noche hace sentir
su silenciosa voz,
y acallo mis angustias,
¡No pienses cosas banales!
—Por consuelo, me digo—
Ellos conocen que no hay trabajo
y el estómago conoce tu dieta estricta
¡Ah y también sabe que eres poeta!
Diógenes Armando Pino Ävila
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